—Cuando sea grande quiero ser millonario —dije a mis doce años, mientras jugaba a los trompos con mi papá.
—¿Y para qué? —me preguntó.
—Para tener muchos carros.
—¿Y carros para qué?
—Para viajar mucho.
—¿Y para qué?
—Para divertirme.
—¿Y eso para qué?
—Pues… por gusto.
—Entonces lo que en realidad quieres es ser feliz —me contestó—. Y eso es lo que desea todo el mundo.
Como hice cara de no entender, mi papá aprovechó para “darme cartilla” o, en otras palabras, para iniciar uno de sus sermones, de esos que a veces duraban días.
—¿Para qué trabajamos las personas, cuidamos la salud, ahorramos o nos sacrificamos tanto? Pues para lograr la felicidad. Todo lo que hacemos en vida es un medio para alcanzarla. El primero en explicar eso fue Aristóteles: el filósofo griego dijo que “la gente por lo general quiere salud, dinero y amor, pero que lo ideal sería tener de todo ello un poco”. Sin embargo, el sabio se inclinaba a pensar que el mejor bien que podría tener una persona es el conocimiento y por eso es que insisto en que mis hijos tienen que leer mucho e ir a la universidad.
—Pero hay gente analfabeta que es feliz —lo increpé.
—El vulgo, es decir, el pueblo, es feliz con cualquier cosa que dé placer a sus sentidos. Incluso hay gente que se contenta con tener salud en medio de la pobreza o con creer en dios en medio de la enfermedad, pero hay personas que son felices con cosas superiores.
—Pensé que amor, dinero y salud, lo que le desean a uno en los cumpleaños, eran los mejores regalos de la vida para tener felicidad…
—Sí, claro. Hay tres cosas que, según Aristóteles, mueven al hombre: los placeres materiales que nos brinda la riqueza; el poder de influir sobre otros que nos brinda un cargo, la fama o la política, y los placeres que nos brinda el conocimiento, el arte y la cultura.
—Pero lo que quiero es plata. Si no tengo felicidad, pues la compro.
—¿Comprar la felicidad? Hay gente que quiere dinero para darse gusto con placeres y excesos, pero los billetes se acaban rápido. Están los que gozan con el poder de humillar porque tienen plata, pero no obtienen el respeto de nadie, sino hipocresía de los demás. También están los que compran fama, mas es efímera y todos los días hay un famoso nuevo. Por tanto, lo mejor es tener un bien que no dependa ni de la suerte ni de la fortuna ni de la opinión de los demás y ese bien es el conocimiento.
—Entiendo que siempre quieras inculcarme el amor por el estudio, pero ahora estamos hablando de la felicidad y del billete.
—La felicidad que da el conocimiento no es una idea mía, es de Aristóteles, y se cultiva el intelecto y la cultura estudiando, leyendo, viendo cine, asistiendo a teatro, visitando museos, entre otras actividades. Quiero enfatizar en que el conocimiento nos da una felicidad autónoma y duradera, mientras que el dinero nos ofrece placeres comprados y efímeros.
—No importa. Yo quiero ser rico, ¡porque los ricos mandan!
—El poder es para ayudar a otros, pero cuando se utiliza para humillar, agredir y hacer enemigos se pierde la paz interior y el respeto de los demás.
—Uno con plata es famoso.
—La fama es una forma de vida, pero el aplauso y la crítica dependen de los demás y el gusto del público es cambiante y cruel. Eso se acaba en cualquier momento. Entiende: el conocimiento es el camino.
Hoy, esas pequeñas conversaciones con mi papá me siguen alumbrando los días.