Se senador que asuman la propuesta de crear la ley Gabo para fomentar el trabajo de escritores y poetas en el territorio colombiano.
Se trata de crear una ley que les permita a los municipios, a los departamentos y al Ministerio de Cultura dedicar un presupuesto exclusivo para la formación, estímulo y promoción de la escritura en todo el país.
Hablamos de una política de Estado para capacitar a los artistas de la palabra y la oralidad en talleres, escuelas y maestrías formales e informales, y para mejorar, claro está, la educación y la cultura en términos generales.
La ley serviría para consolidar procesos de promoción de artistas, publicación de obras, convocatorias a premios y becas, además de impulsar tertulias e iniciativas alrededor de la palabra. Así, Colombia tendrá otros nobeles de Literatura.
Esta sería la mejor manera de rendirle honores al escritor Gabriel García Márquez (Gabo), el autor que más ha proyectado el imaginario de Colombia a través de sus libros.
La creatividad del colombiano es un factor de riqueza cultural y patrimonio inmaterial por explorar y minar.
La poesía y la fantasía narrativa de nuestra gente es silvestre, pero se publica poco, se lee poco y pocos escritores se proyectan por la falta de estímulos correctos.
Los lectores pueden apoyar esta iniciativa a través de una plataforma que recoge firmas para presentárselas a entidades del gobierno. En este caso al Senado, al Ministerio de Cultura, a la Presidencia de la República. Hasta que alguien nos escuche y diga: “venga, yo tengo la voluntad y el poder de ayudar a cumplir este sueño de nuestros artistas colombianos.
Con tu firma virtual ayudas a motivar a los que hacen las leyes en el Congreso de la República para generar el debate y sancionar una norma que tendría frutos a corto y largo plazo.
Diferentes historiadores coinciden que, en el año de 1558, en las estrechas, empedradas, como también llenas de cascajo calles de Popayán, las noches de jueves y viernes santos, engalanadas con procesiones de disciplinantes, saliendo a flagelarse devotos cargados de cruces, azotándose las espaldas y ejecutando otros actos de penitencia, simbolizando el castigo a la carne pecadora, hecho este que en esta parte de Colombia desapareció. Quedando como los castellanos sometieron de pronto a su ley y a su fe el mundo recién descubierto, donde rechinaban las espadas en selvas y desfiladeros, mientras que por vía marítima llegaban los bastimentos de la colonia, las armas, las simientes, las sedas, los vinos, cuando la figura de la cruz ondeaba en la bandera de una de las carabelas que comandaba el genovés, donde no hubo rumbo, jornada ni trance, donde no se viera, soberana y misericordiosa entre la floresta de las tizonas.
Para nuestros lectores con aprecio les podemos contar que después de profundas investigaciones, escritores de la época se ufanaban a escribir: “Que asombro de altares y artesonados y retablos salen de las manos de sus menestrales en la colonia. Colgadas las armas de la conquista, todo el nervio de la raza se aplica a vaciar columnas y volutas, a tender arcos, a levantar cúpulas, a cincelar piedras y metales; y los ricohomes gastan las peluconas en traer de la lejana España y de Quito, donde florecía una brillante escuela de talladores y pintores, las imágenes y ornamentos para el culto sagrado”. Todo esto para dotar las iglesias y ermitas, enmarcadas de la religiosidad, las cuales a pesar del tiempo se conservan, haciendo el mayor atractivo para los turistas y de grandes gestores de la cultura de Colombia y el extranjero, cuando visitan en esta época del año nuestra querida Popayán, bien conocida como la Jerusalén de América. Sin pasar desapercibido que la ciudad era inmensamente rica. Un hidalgo le mezcla oro a la campana mayor del templo de San Francisco para que su llamado cubriera los campos vecinos, y una Dolorosa que llora lágrimas de diamante. Época sublime y sin peligros de ninguna índole ya que los habitantes de esta villa, no sobrepasaban las diez mil personas y en medio de este ambiente celebraban sus romerías y fiestas religiosas; no pasando de costumbre de que las procesiones desfilaban en hombros de sus residentes, todas las noches de la semana de pasión, magnificas, entre un vasto rio de luces y e silencio, no recordándose fecha alguna de que estas celebraciones fueran suspendidas, ni siquiera por causa de las guerras civiles.
Para satisfacción de todos, en nuestra época se tiene la firma creencia en la perenne juventud de Popayán, que no dejara perder esta tradición y recorra en días santos sus calles exornadas con nombres ilustres, quien acuda a sus museos a admirar sus joyas y recuerdos, tenga presente que todas esas reliquias, la efigie arrobada, la medalla conmemorativa, el rico cintillo, la copla inmortal, está ahí porque los hijos de esta histórica ciudad, se encuentra enmarcada en el recuerdo y reposan históricamente sus escritos. Y como recalcaba el poeta Guillermo Valencia, “La historia es una obra que resulta de golpear en la cantera del futuro”.